No sé si lo notaron, pero cuando llueve, enseguida aparece una legión de vendedores de paraguas en todas las esquinas más importantes de la ciudad. A la salida de los subtes… En las paradas de los colectivos… En los ingresos a los principales edificios públicos… Por todos lados hay hombres gritando:
-“Paaaaaraguaaaaasssss, hay paaaaaraguaaaaasssss, lleve su paaaaaraguaaaaasssss…”
Como si se tratase de una cuestión de vida o muerte. Y… después de escuchar a esa gente por más de un minuto, uno termina pensando que así es.
-¡Acá, señor, acá, deme cuatro, por favor!
Todo muy raro. Y más allá de preguntarme de dónde corno salen estas personas cada vez que llueve, y cómo hacen para desaparecer tan rápido, con todo y mercadería, cuando la lluvia deja de caer… lo que más me llama la atención es: ¿por qué en un día de pleno sol y con una térmica cercana a los 30 grados, esa misma gente (u otra) no está en las mismas esquinas de la ciudad, ofreciendo a la gente protectores solares factor 50?
Por alguna extraña razón, le tenemos más miedo al resfrío que a un melanoma. Y recién ahí me doy cuenta que, como sociedad, estamos complicados.